México y su histórica medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936

DB

Los Juegos Olímpicos llegaron a la Alemania de Adolfo Hitler en 1936, donde el equipo mexicano de basquetbol logró uno de los momentos deportivos más significativos que ha vivido nuestro país al ganar la medalla de bronce, única presea olímpica obtenida en el deporte ráfaga y la primera en un deporte de conjunto para México.

Estos Juegos Olímpicos se realizaron del 1 al 16 de agosto en Berlín. Fue la primera vez que hubo televisión (circuito cerrado), y también se inició la tradición del recorrido de la llama olímpica desde Atenas, donde también volaron 10,000 palomas, el famoso símbolo de la paz.

Y no solo eso. Por primera vez hubo basquetbol masculino. Se inscribieron 22 países en el torneo, el mayor número de equipo en Juegos Olímpicos ya que posteriormente se implantó el sistema de eliminatorias. México, en su debut el 7 de agosto, derrotó 32-8 a Bélgica en un viejo club de tenis cuyas dos canchas de arcilla fueron improvisadas como rectángulos basquetboleros.

mex-berlin

Los buenos augurios desaparecen dos días después tras la derrota de 32-30 ante Filipinas, encuentro en el que la escuadra mexicana se partió en dos al surgir en la cancha aquella enorme rivalidad entre los jugadores de Chihuahua y Distrito Federal, cuya mayoría de jugadores integraban el seleccionado nacional.

Parece que todo surgió cuando el coach Alfonso Rojo de la Vega inscribió a Rodolfo Choperena, “Tuto” Olmos, Carlos Borja, “Quico” Martínez, Greer Skaussen y al reserva Hugo Borja.

Eran tres de Chihuahua y tres del Distrito Federal. Cada quien jugó por su lado y jamás hubo un equipo nacional sobre la cancha. Los del DF no le pasaban el balón a los de Chihuahua, y viceversa.

Las diferencias desaparecieron con el paso de los días y con gran armonía derrotan a los italianos por 34-17 para avanzar a semifinales. Fue entonces que México, con un excelente esquema táctico, se midió al poderoso y a la postre campeón, Estados Unidos, en una de las semifinales del torneo.

Los jugadores que enfrentaron a los estadounidenses fueron los defensas Jesús Olmos y Raúl Fernández; el centro Carlos Borja y los delanteros Víctor Borja y Greer Skaussen. Reservas: el zaguero Francisco Martínez y el atacante Ignacio de la Vega.

Rojo de la Vega decidió jugar con rapidez y doble marcaje personal. Se agrupan en su medio campo para buscar el contragolpe, lo que en un principio descontroló al rival, que cometió faltas al por mayor. Finalmente se impuso la superioridad estadounidense 25-10.

Pero se registraron dos hechos que marcaron para siempre este duelo: Por vez primera en el torneo, el poderoso ataque de Estados Unidos fue frenado en menos de 30 puntos y su sólida defensiva tuvo que recurrir a la falta en diez contragolpes. México no anotó canasta de dos puntos, los 10 logrados fueron de tiro libre.

Al día siguiente, los encuentros por las medallas. En el juego preliminar, disputado bajo una tenue llovizna, México derrotó a Polonia 26-12 y conquistó la medalla de bronce. En el estelar, Estados

Unidos se impuso a Canadá 19-8 para iniciar una racha de 64 victorias olímpicas y siete títulos, hasta que en Munich 72, cayó 51-50 con la Unión Soviética.

En la ceremonia de premiación, Hitler entregó las medallas al capitán de cada equipo. Por México la recibió el “Tuto” Olmos; posteriormente entregó a cada jugador la que le correspondía.

Crónica del camino a la medalla olímpica

¡Victoria! ¡Victoria mexicana!: 34 -17 sobre Italia.

Y a semifinales.

Es 12 de agosto de 1936:

El equipo nacional está en la lucha por las medallas. Si gana mañana habrá llegado a la final del primer torneo olímpico de básquetbol. Sólo hay un problema: el rival será Estados Unidos.

El invicto equipo de Estados Unidos. El de las estrellas universitarias. El que tiene tres jugadores que rebasan los 2 metros de estatura. El que ha anotado más de 30 puntos en cada juego. El que es favorito unánime para ganar la medalla de oro…

Así que medita solitario el coach Alfonso Rojo de la Vega. Su asistente principal, Leoncio Colorado Ochoa, se quedó en México:

– ¿Qué hacer?… Es demasiado poderío.

Entonces discurre Rojo de la Vega:

– Defendernos lo mejor posible y tratar de sorprender…

Toma lápiz y papel. Trabaja toda la noche. Traza tácticas, diseña técnicas…

El plan de juego queda plasmado en unas hojas. Cada línea significa un movimiento especial. Cada basquetbolista tiene una misión específica.

13 de agosto:

No hay mucho tiempo. Así que muy temprano, el llamado Equipo del Rojo y el Colorado se va a entrenar a un gimnasio privado. Y practica hasta extenuarse. Pero los jugadores asimilan el sistema. Horas más tarde ya se encuentran en la cancha de arcilla. Quienes harán frente a los estadounidenses han sido anunciados: los defensas Jesús Olmos y Raúl Fernández; el centro Carlos Borja, y los delanteros Víctor Hugo Borja y Greer Skaussen. Reservas: el zaguero Francisco Martínez y el atacante Ignacio de la Vega.

La tarde es plomiza. Amenaza lluvia.

¡Juego!

Se eleva el balón en el centro del terreno de juego…

Ataca Estados Unidos.  Lo hará en todo momento.  Pero la de enfrente es una compleja barrera: los jugadores mexicanos se mueven con rapidez y acuden a un doble marcaje personal. Se agrupan en su medio campo y de repente, parte uno de ellos en veloz contraataque. El pase es largo y va a lugar. Hombre y esférico se encuentran rumbo a la canasta estadounidense. La jugada sorprende, una y otra vez, a un cuadro obsesionado en descifrar el crucigrama defensivo que le ha sido planteado. Y no hay más remedio: faul o canasta.

La lucha se plantea bajo esas condiciones. Y así se sostiene. Al final, no hay remedio, se impone la superioridad estadounidense.

El marcador es de 25-10. Pero se han producido dos hechos que marcarán para siempre este duelo:

1.- Por vez primera en el torneo, el poderoso ataque de nuestros vecinos del norte ha sido frenado

en menos de 30 puntos.

2.- Su sólida defensiva, pillada en varias ocasiones, tuvo que recurrir al faul en diez de ellas.

México, pues, no anotó una sola canasta; sus diez puntos fueron producto de tiros libres. Se abrazan los jugadores al escucharse el silbatazo final. Y se acerca James Nedless, coach del equipo ganador, al maestro Rojo de la Vega, que es nueve años menor. Le felicita:

– Casi indescifrable su táctica defensiva, coach.

Rojo de la Vega sonríe, complacido.

-¿Cómo se llama?, -pregunta Nedless.

-Rompimiento rápido, -responde el entrenador mexicano.

-¿Puedo mirar?…

Entonces Rojo de la Vega toma papel y lápiz. Vuelve a dibujar trazos complicados. Y los entrega a Nedless. Se aleja, sonriente, el entrenador estadounidense. Acaso ha nacido en Berlín y gracias al ingenio de un par de técnicos mexicanos, el que será famoso sistema “Fast Break”, tan popular en los Estados Unidos…

Al día siguiente, los encuentros por las medallas.

En el juego preliminar, disputado bajo una tenue llovizna, México derrota a Polonia por 26-12 y conquista la medalla de bronce. En el estelar, que se juega bajo un torrencial aguacero, Estados Unidos se impone a Canadá por 19-8 e inicia así un largo reinado olímpico que se extiende a 64 victorias consecutivas y siete títulos, hasta que el encanto se rompe en Munich ‘72, donde la Unión Soviética se corona con una controversial victoria por 51-50; la canasta de la victoria es anotada en el instante final…

Ha nacido el profesor Rojo de la Vega -Culiacán, 1895- en el seno de una familia deportiva. Pero el básquetbol es una pasión incontenible. Por eso, cuando él y sus dos hermanos -Guillermo y Roberto, a quien apodaban Pancholín- viajan a la capital a culminar sus estudios, se inscriben en el equipo de baloncesto de nuestra máxima casa de estudios.

Juegan Alfonso y Roberto en el escuadrón universitario cuando éste finaliza en tercer lugar del IV Campeonato Nacional Interclubes, en 1923, año en el que el maestro Rojo de la Vega se convierte en una de las figuras más preponderantes de nuestro deporte: siendo aún basquetbolista, es elegido secretario de la naciente Sociedad Olímpica Mexicana, precursora del actual Comité Olímpico Mexicano.

Nuestro país ha decidido incorporarse al movimiento olímpico y se inscribe para participar en los VIII Juegos, programados para celebrarse en París, 1924; el Comité Olímpico acepta, pero con una condición: que sea formalizada la Sociedad. En ese 1924 y mientras un grupo de atletas compite en la capital francesa, el maestro Rojo de la Vega es la base en la que se apoya el equipo Cooperación, que obtiene el título del V Campeonato Nacional. Y repite en 1925 y 1926.

1925:

Cuando el maestro Rojo de la Vega festeja el segundo título consecutivo, a la ciudad de México arriba un huérfano de 12 años de edad. Su padre murió en Guadalajara -donde nació este chiquillo, el 30 de noviembre de 1913- y su madre, deseosa de huir de los tristes recuerdos, vende la herencia -dos mercerías y una casa en una vecindad- y se traslada a la capital con sus dos hijos. Se instala en las calles de Perú. El mayor de sus hijos es fanático del fútbol. Se llama Andrés Gómez. Le dicen el Calavera.

Entrevista a Andrés «Calavera» Gómez

-¿Por qué? -Porque estaba yo flaco, flaco de a tiro, -responde el chiquillo de esos ayeres, hoy (1990) un hombre de 75 años. Al conquistar Cooperación su tercer campeonato -1926-, el maestro Rojo de la Vega tiene ya 31 años de edad, decide entonces retirarse; iniciará una nueva carrera: será coach.

Coincide su determinación con una fecha histórica para el deporte regional: los países del área acuerdan celebrar los I Juegos Centroamericanos y del Caribe. Se otorga la sede a la ciudad de México, habrá torneo de básquetbol. Y confían al incipiente entrenador la dirección técnica del equipo nacional.

Rojo de la Vega no defrauda: México es campeón; su supremacía se prolongará hasta 1954. En ese equipo juegan Roberto Rojo de la Vega y Raúl Fernández, el Foch, quien habrá de ser, con el paso del tiempo, uno de los personajes más significativos en el desarrollo de nuestro baloncesto.

Dos años más tarde y en virtud de su éxito con el equipo de básquetbol, Rojo de la Vega es llamado a la selección nacional de fútbol: será su preparador físico. Son congregados los mejores jugadores de México y allá van, a los IX Juegos Olímpicos de Ámsterdam, donde da comienzo el largo y penoso peregrinar de nuestro balompié por todas las canchas del planeta.

Es en ese 1928, cuando el Calavera Gómez descubre el básquetbol.

-Yo jugaba muy bien al fútbol. Era defensa central y ya estaba queriendo pasar a fuerza mayor, con el Necaxa, el equipo de mis amores. Estudiaba en la escuela Riva Palacio en Santa María la Redonda, a la que también asistían los hermanos Carlos y Hugo Borja, el Ojos Enrique Ramírez, quien después sería entrenador del Hacienda y varios muchachos que con el tiempo, serían extraordinarios jugadores de básquetbol.

Yo me acercaba a las canchas a distraerme un rato, cuando de repente la vi: qué guapa la chamaca aquella que tan bien jugaba al básquetbol y que tan cariñosa era con los buenos canasteros. Y yo que me decido: “Voy a jugar, a ver si se me hacen unos apapachitos”. Y que me acerco…

Le preguntó ella:

-¿Quieres jugar? -Lo malo es que no sé, -respondió él con timidez.

-No le hace. Yo te enseño. Ven… Tres o cuatro consejos. Y a la cancha.

Don Andrés:

-Jugaba 21, por parejas. La chamaca escogía a su compañero, por supuesto el mejor y a mí me mandaba con una amiga suya, muy feíta la pobre, pero yo me decía: “bueno, por algo se empieza…” ¡Nos ponían unas patizas que Dios guarde…! Y entonces me dije: “Voy a aprender, ya lo verán…”

Rojo de la Vega continúa su carrera triunfal:

En 1930 dirige al CAM y lo lleva al título nacional. Poco después, en La Habana y bajo su dirección, México repite el campeonato centroamericano. Ahí hace debutar a un jugador jarocho: Silvio Hernández. En 1931 pasa al Mascarones, donde juegan Tuto Olmos y Carlos Borja y lo hace campeón nacional.

En abril de ese año, delegados de 11 entidades -el Foch representa al Distrito Federal- se reúnen en el histórico Teatro Morelos, 17 años antes sede de la Convención de Revolucionarios, fundan la Confederación Nacional de Básquetbol y acuerdan fecha y escenario del I Campeonato Nacional Varonil de Primera Fuerza.

Se viven los años de esplendor del básquetbol mexicano; la llamada época de oro. Es, la del baloncesto, una fiebre que se extiende por todo el país. Y surgen los duelos inolvidables en los campeonatos nacionales entre los Dorados, de Chihuahua y la Ola Verde, del Distrito Federal. Veracruz y San Luís Potosí suelen ser, también peligrosos contendientes.

1932:

Año histórico para el básquetbol; después de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, se reúnen, en Génova, los delegados de varios países. Y durante el último día de sesiones es fundada la Federación Internacional de Básquetbol Amateur y se acuerda que el llamado deporte ráfaga sea incorporado de inmediato a las Olimpiadas; se hará su presentación en los Juegos Olímpicos

Que se celebrarán cuatro años después en Berlín.

1933:

Rojo de la Vega es nuevamente campeón con el CAM. Es en esa temporada cuando el Bomberos hace debutar a un jugador tapatío, alto y flaco, al que apodan Calavera. Se llama Andrés Gómez y tiene 20 años.

Don Andrés:

-Me dio duro el básquetbol. Y me iba a jugar a todos los parques y gimnasios: al Venustiano Carranza, al Vizcaínas, al Tres Guerras, el Garibaldi. Las canchas eran de concreto o de tierra en los parques y de duela en los gimnasios. Jugábamos con pelotas de cuero, una pulgada más grandes que las actuales, cosidas por fuera. Eso hacía que tuvieran unos bordes que lastimaban muchos los dedos, porque su bote era muy irregular

-muestra las manos don Andrés: los dedos son como diez ramas que, unidas a las palmas, se desvían después hacia todas direcciones-. Sin embargo, eso nos sirvió, porque aprendimos a dominar todo tipo de botes. Íbamos de lado a lado.

En camiones, cuando teníamos dinero, o a pie. Hacíamos como una hora hasta el Venustiano Carranza, pero como iba un buen grupo de amigos y siempre practicando y bromeando, pues hasta corto se nos hacía el recorrido. La ciudad era bellísima. Limpias sus calles, azul su cielo; muy tranquila su gente. Entraba México a la modernización.

Un día, el Calavera se sintió listo. Había llegado el momento de cobrar venganza. Así que fue  buscar a aquella guapa chiquilla basquetbolista. Era una preciosa tarde dominical.

-¿Qué milagro?, -preguntó ella.

-Pues aquí…

-¿Qué, vamos a jugar?

Se armaron las parejas. Al Calavera le tocó ser compañero de aquella no muy agraciada jugadora.

Y el rival:

-¿Qué te parece si jugamos por una limonadita?

-¡Órale!…

Paliza para la guapa chiquilla y su compañero.

Y ya exigen la revancha.

Propone entonces el Calavera:

-¿Y qué tal si ahora nos lo echamos por unas tortitas…?

-¡Juega…!

Don Andrés:

-Y salimos felices, con limonadita y con tortita.

En una ocasión, el grupo de amigos del Calavera fue a ver practicar al equipo Bomberos, por las calles de Revillagigedo. Andrés se entusiasmó tanto que, al finalizar el entrenamiento, se acercó a un jugador y le preguntó:

-Oye, ¿qué hay que hacer para entrar a trabajar aquí y poder jugar?

En ese momento pasaba por ahí el capitán Venegas, jefe de la estación y fue él quien respondió:

-Antes que nada, tener amor propio por este trabajo… ¿Quiere usted ser bombero?

Don Andrés:

-Me dije: Al pelo… Pues cómo no. Hummmmm, ¡qué grande! Me adscribieron al Departamento de Mecánica, con un sueldo de 50 pesos. Al rato ya estaba jugando y me quedé hasta 1940. Fuimos campeones nacionales en varias campañas.

Describe don Andrés al Calavera Gómez:

-Era rápido, sabía botar muy bien la pelota, buen driblador y sobre todo, tenía un resorte muy grande. Muy difícilmente perdía un rebote en el tablero. Al principio era delantero y tiraba bien con las dos manos. Me especialicé en el ganchito. Después me pusieron a jugar atrás, pero me decían que subiera y tirara fuera del área. Era certero. Cuando venía de buenas, ni quien me parara.

1935:

Ya se aproximan los III Juegos Centroamericanos y del Caribe, cuya sede será, ahora, la ciudad de San Salvador. El básquetbol mexicano tiene que refrendar los dos títulos anteriores. Rojo de la Vega da a conocer la lista de los jugadores seleccionados. Hay cinco novedades en el equipo nacional: los hermanos Borja, Jesús Tuto Olmos, Rodolfo Choperena y Andrés Calavera Gómez.

Ya le ha unido el destino a aquel chiquillo huérfano que llegó a México cuando el maestro Rojo de la Vega era campeón, por segundo año consecutivo, con el Cooperación…

Rojo de la Vega conquista su tercer título centroamericano.

Ya está delineando el Equipo del Rojo y el Colorado. Porque el maestro ha incorporado, como su principal asistente, a Leoncio Colorado Ochoa, quien fuera su coach en el Universidad.

1936:

Año olímpico.

Rojo de la Vega lo festeja llevando al Mascarones a un nuevo título nacional. Poco después -30 de abril-, cumple con el ritual: en las oficinas de la Confederación Deportiva Mexicana reúne a la prensa especializada y anuncia a los jugadores que ha escogido para competir en Berlín. Son estos: defensas: Rodolfo Choperena y Raúl Foch Fernández, del Distrito Federal; Jesús Tuto Olmos, de Chihuahua; Ignacio de la Vega, de San Luís y Silvio Hernández, de Veracruz. Centros: Carlos Borja (DF) y Miguel Miranda (Chihuahua). Delanteros: Andrés Calavera Gómez y Víctor Hugo Borja, del Distrito; Francisco Quico Martínez y Greer Skaussen, de Chihuahua y José Pamplona, de San Luís Potosí. Esa misma noche y en virtud de que apenas había llegado a su fin el torneo nacional, los jugadores convocados acudieron a entrenar.

Don Andrés:

-Practicábamos en la YMCA de Balderas, en el mismo edificio que ahora ocupa el diario Novedades. Entrenábamos dos horas al mediodía y como la mayoría de nosotros trabajaba, en la noche teníamos otra sesión de dos horas. El maestro Rojo de la Vega insistía en un gran acondicionamiento físico, así que gran parte del tiempo lo dedicamos a correr y a hacer gimnasia.

Después botábamos el balón, con una y otra mano; tirábamos a la canasta, practicábamos el rebote y por último, ensayábamos jugadas de pizarrón que dirigía nuestro centro -posición hoy denominada quarterback- Carlos Borja. Salíamos muertos; ya ni quien se acordara de cenar. Al terminar la práctica cada cual tomaba sus cosas y se enfilaba a su casa, a descansar.

El maestro Rojo de la Vega impuso una férrea disciplina en ese grupo. Y los reporteros se le fueron encima cuando, cansado de las interrupciones durante las prácticas, ordenó que éstas se realizaran a puertas cerradas. Se ganó, con ello, la antipatía de la prensa que dio inicio a una velada campaña de descrédito contra el maestro. El punto de partida para la ofensiva periodística era el propio equipo. Fueron escritos muchos artículos en los que se expresaban serias dudas sobre si los jugadores seleccionados eran los mejores.

Decían, además, que aún para el maestro Rojo de la Vega sería difícil controlar las marcadas diferencias entre los jugadores de la capital y los de Chihuahua; que era muy fuerte la rivalidad entre ellos.

El solía responder, con toda seriedad:

-Mis jugadores han comprendido y así lo han demostrado en todos los torneos internacionales en los que hemos participado, que no es a un estado al que representan, señor; que visten el uniforme de un país.

Decía Rojo de la Vega:

-El básquetbol mexicano, estoy seguro, está a la altura de los mejores del mundo. Al fin se le presenta la oportunidad de demostrarlo.

Y respondían sus críticos:

-Es muy difícil que con ese equipo logre vencer siquiera a un buen rival en nuestras propias canchas.

El maestro Rojo de la Vega concertó entonces tres encuentros: dos contra un combinado capitalino y uno contra Hacienda.

Y prometió:

-Si mi equipo pierde cualquiera de estos partidos, no haremos el viaje a Berlín.

Don Andrés:

-¿Perder…? ¿Cómo?, si teníamos un equipo a todo meter. La selección mexicana doblegó a las Estrellas del Distrito Federal por 27-16 y 33-23 y a Hacienda por 41-21. Muchas voces fueron silenciadas; muchas críticas fueron apagadas. A un mes de la partida hacia la capital alemana, el equipo mexicano recibió una grata sorpresa; fueron adquiridas nuevas pelotas, de fabricación estadounidense, que ya estaban cosidas por dentro. Y aunque al principio se notó un desconcierto colectivo, poco a poco los jugadores fueron dominando el bote.

Don Andrés:

-Con la llegada de esos balones se acabaron los dedos raspados y chuecos, aunque las tácticas seguían siendo muy defensivas. Los reglamentos así lo propiciaban. Por ejemplo: en aquellas épocas el tablero estaba apenas a 61 centímetros de la raya final, lo que impedía el juego bajo el tablero; el tamaño del área era de 1.80 metros y no había límite para que un jugador permaneciera en ella; se podía interferir la pelota aún sobre el aro; la doble falta acreditaba un tiro libre; se decretaba la expulsión de un jugador al acumular cuatro faules personales y sólo podían hacer dos cambios; no existía la regla de los 30 segundos; el tiempo de posesión de la pelota era ilimitado; los jugadores podían regresar a su propio campo; cuando se producía un choque, el juego se reanudaba, en ese mismo sitio, con un dos… Por todo eso se producían aquellos marcadores en los que 40 puntos eran una barbaridad de puntos.

Las reglas del básquetbol han evolucionado al paso de los años y han contribuido para hacer de este deporte, uno de los más espectaculares; un duelo de estrategias diseñadas para atacar mejor. Súbitamente surgió un problema: el Comité Olímpico Mexicano informó que no le fue otorgado el presupuesto que había solicitado para el viaje a Berlín y en consecuencia, reduciría el número de deportistas enviados. El básquetbol resultó afectado: serían 10 y no 12, nuestros jugadores en Berlín. Después de largas discusiones, el maestro Rojo de la Vega y el Colorado Ochoa decidieron excluir a José Pamplona y a Miguel Miranda. No obstante, Saturnino Cedillo -ex revolucionario que en 1911, se unió a los maderistas y después luchó contra éstos al lado de Pascual Orozco; como jefe de la División del Centro combatió a los cristeros y en 1927 dio muerte al general Enrique Gorostieta; después fue gobernador de San Luis Potosí y con Pascual Ortiz Rubio (primero de septiembre a 20 de octubre de 1931) y Lázaro Cárdenas (18 de junio de 1935 a 16 de agosto de 1937), ministro de Agricultura)- se encargó de sufragar los gastos para que Pamplona pudiese ir a la Olimpiada.

Nadie de Chihuahua respondió de igual manera y Miranda tuvo que quedarse. El equipo mexicano en Berlín, fue por tanto una oncena. Curiosamente, la historia del país con sus revoluciones una tras otra, unía -en ocasiones con un lazo mortal- a los hombres que tanto influyeron en el desarrollo de nuestro deporte. Como un ejemplo: dos años después de aquella decisión, Cedillo encabezó una asonada militar contra el presidente Lázaro Cárdenas y llegó, inclusive, a dinamitar dos trenes de pasajeros.

Fue rápidamente combatido y muerto en combate el 11 de enero de 1939, en un lugar de Jalisco conocido como La Biznaga. El comandante de las tropas federales en esa batalla era el general Miguel Enríquez Guzmán, gran impulsor de la equitación mexicana. Fue, entre otras cosas, dueño de los famosos caballos olímpicos Arete y Jarocho. Enríquez Guzmán llegó a ser -por la Federación de Partidos del Pueblo- candidato a la presidencia del país. Se unió con Cándido Aguilar y lucharon infructuosamente contra Adolfo Ruiz Cortines. El 29 de junio y en una ceremonia especial realizada en el parque Asturias, el general Manuel Ávila Camacho, secretario de Guerra y Marina, abanderó a la delegación olímpica mexicana.

Al día siguiente se iniciaría el largo viaje…

Don Andrés:

-Esa noche me pasó lo mismo que aquella vez que fuimos a San Salvador: de los nervios nomás no me pude dormir. Porque antes no nos concentrábamos, como lo hacen ahora; cada quien iba a dormir a su casa y ni quien le diera a uno ni para los camiones. Nomás lo citaban a uno muy temprano en las oficinas de la Confederación para de ahí, salir hacia Ferrocarriles.

Y uno tenía miedo de dormirse y que se le hiciera tarde, porque entonces lo perdía todo. Yo estaba muy emocionado. Y mi madre -la señora María Estela Domínguez de Gómez, fallecida apenas en 1987 a la edad de 96 años- se quedó conversando conmigo. Ella había sido aficionada al fútbol, pero en cuanto comencé a jugar básquetbol, ella cambió su afición. Estaba feliz por lo que me sucedía.

Aquella mañana me preparó un buen desayuno, me dio su bendición y nos despedimos… Sabíamos que volveríamos a vernos cuando hubiesen transcurrido tres meses.

Junio 30:

Parte la delegación olímpica mexicana. Va por tren hacia Veracruz y al día siguiente, a bordo del

buque alemán Orinoco, sale hacia Hamburgo. Hará tres breves escalas en puertos españoles.

Don Andrés:

-Durante la travesía el maestro Rojo de la Vega nos levantaba muy temprano para hacer ejercicio en la cubierta. Y como nos poníamos a pelotear, driblar y a tirar a una improvisada canasta, muy pronto comenzó el alboroto de los turistas que viajaban con nosotros en segunda clase, porque todos querían vernos jugar.

La situación llegó a grado tal que para evitar males mayores, el capitán del navío nos invitó a pasar a la primera clase, menos popular y en la cual los turistas no se levantaban tan temprano, no nos veían jugar y no había tanta escandalera. El viaje duró 23 días y aunque fue divertido porque nuestros dirigentes nos permitían inclusive ir a bailar hasta las nueve de la noche, ya estábamos ansiosos por pisar tierra. Nos sentíamos así, como medio mareadones. El maestro Rojo de la Vega tenía intenciones de sostener uno o dos partidos de preparación en España, pero no fue posible.

Don Andrés:

-Nomás pisamos Santander y se nos dejaron venir las tropas, que a caballo vigilaban todos los puertos. El general Tirso Hernández, que iba al frente de nuestra delegación, habló entonces con el jefe de aquella escolta, le explicó la situación y los españoles nos suplicaron que no nos alejáramos del barco. Así que tuvimos que subirnos otra vez y partir de inmediato.

Las siguientes escalas fueron en Vigo y La Coruña, ciudades en las que, por supuesto, se vivían circunstancias similares. Hasta que llegamos a Hamburgo y de ahí por tren hasta Berlín… En sólo tres semanas, aquel grupo de deportistas había partido de un país que dejaba atrás sus años de sangrientas revoluciones, para pisar otro que iniciaba una cruenta guerra fraterna y finalmente, a un tercero que a pasos gigantescos se acercaba a un intento de revancha: había perdido la Gran Guerra y ahora, bajo el comando de Adolfo Hitler, se enfilaba directamente a la que la historia llamaría la II Guerra Mundial.

Don Andrés:

-En México se respiraba ya un ambiente de paz y de progreso. Nosotros, los jóvenes de aquella época, poco sabíamos ya de armas y asesinatos. Ya se había derramado mucha sangre en nuestro suelo. Por eso nos alarmamos al llegar a España y sentir muy de cerca el drama de una guerra. En Alemania fue algo distinto. Aunque ya se decía que ese país se preparaba para una nueva guerra, la gente allí sonreía a todo momento y trabajaba de sol a sol. En el recorrido de Hamburgo a Berlín veíamos que de repente en los verdes y hermosos campos, había unas como chozas gigantescas cubiertas de paja; luego descubrimos que ocultaban aviones y tanques. Pero no le dimos importancia a ese hecho.

La capital germana, la ciudad destinada a ser dos; la del muro del oprobio.

Don Andrés:

-¡Qué lejos estábamos de imaginar, entonces, lo que sufriría Berlín con el paso del tiempo…! Ciudad impresionante, de anchas avenidas, muy iluminadas, con palacios y bellísimas construcciones. Inmensos parques y jardines, calles limpias, con pisos de mármol tan relucientes que uno podía peinarse.

Gente seria, pero amable, que trataba de sonreír cada vez que hablaba uno. Nunca nos tocó alguna demostración o algún acto de violencia. Todo era paz o paz aparentemente porque, sin embargo, se sentía un ambiente de orden, de disciplina a la que nosotros, por supuesto, no estábamos acostumbrados. Los policías eran grandotes y muy enérgicos.

Todo eso, más la swástica en todo muro, en todo poste, en todo farol, hacían que se respirara un aire belicoso. Nadie decía nada, pero se percibía que algo muy malo iba a pasar allí en muy poco tiempo.

1 de agosto de 1936. Día de inauguración de los XI Juegos Olímpicos.

Don Andrés:

-Hasta se enchinaba la piel nomás de oír el rugido de la gente y ver las tribunas repletas. ¡Híjole…! Ahí íbamos, desfilando entre aplausos y gritos. Y que llegamos frente al palco de honor y conforme a lo que estábamos acostumbrados, hicimos el saludo olímpico: levantamos el brazo derecho.

EquipoBaloncestoBerlin1936

La gente dio un alarido y nos ovacionó. ¡Pensaban que estábamos haciendo el saludo nazi…! Ese detalle fue muy comentado y la prensa de México nos criticó durísimo. Que cómo era posible que nosotros hubiésemos hecho eso… Después bajó Hitler a la cancha para saludar personalmente a todas las delegaciones.

Y eso también fue impresionante. Vestía el uniforme de gala, gris. Detrás de él caminaban los miembros del Comité Olímpico Internacional, ataviados con túnicas negras y largos collares. Y detrás, formando un abanico que nomás de verlo sentía uno temor, los segundos de Hitler. Todos vestían el uniforme negro. Altos, rubios y con miradas siniestras.

Hitler impactaba, su voz no era muy ronca y de sus ojos, muy azules, escapaban miradas que congelaban. Caminaba con pasos muy firmes y sus rígidos movimientos eran los de un hombre muy fuerte. Jamás sonreía o al menos, no lo hizo aquella tarde. Se acercó, nos dijo algunas palabras en alemán y después se fue. Su fuerte personalidad nos había dejado impresionados.

Entre la inauguración y el primer día de competencias hubo gran actividad para el básquetbol. En la FIBA se produjeron largas discusiones porque los organizadores del torneo olímpico pretendían fijar un límite de estatura, lo que ponía en un predicamento al equipo de Estados Unidos, en el que alineaban tres jugadores de más de dos metros. La moción, finalmente rechazada. Se rindió homenaje al doctor James Naismith (1861-1939) el clérigo canadiense que, dedicado a la enseñanza en Estados Unidos, durante diciembre de 1891, inventó el básquetbol dentro de la escuela de entrenamiento de la YMCA Internacional en Springfield, Massachusetts.

Para costear los gastos del doctor Naismith, se organizó una colecta en la Unión Americana: cada ciudadano cooperó con un centavo. Y así, a los 75 años de edad, Naismith atestiguó la investidura del básquetbol como deporte olímpico. Podría morir tranquilo… y con una medalla de bronce olímpica en sus manos.

¿Medalla olímpica?

Sí, la de México. La que correspondía al doceavo jugador.

-Para México será un honor si el doctor Naismith la recibe -dijo el maestro Rojo de la Vega cuando se le consultó si accedía a que, esa medalla sin dueño -el equipo mexicano estaba integrado por sólo 11 jugadores-, fuera a parar a las manos del inventor del básquetbol.

Éxito total en esa primera aventura: 22 naciones se inscribieron en el torneo. Curiosamente, es el mayor número de equipos que ha participado en una Olimpiada porque posteriormente, se implantó el sistema de eliminatorias. Se diseñó, improvisadamente, una desorganizada competencia basada en cuatro grupos de los que emergerían 16 equipos para jugar, a eliminatoria directa, los octavos de final. Y así, en orden, hasta llegar al encuentro por el título. Se celebraron varios juegos de práctica. En uno de ellos, México se impuso a Canadá -a la postre subcampeón olímpico- por 19-12.

Don Andrés:

-Mientras tanto, los días pasaban rápidamente. Nosotros entrenábamos a morir, por las mañanas y por las tardes. Un día se nos permitió visitar Berlín, que quedaba como a diez kilómetros del que fue llamado Pueblo Olímpico, donde fuimos alojados todos los atletas, y que era una villa hermosa, rodeada de verdes campos. Abundaban los prados y las flores. Había calor y color en esa villa. Temprano, en las noches, sacábamos las guitarras y nostálgicos, nos poníamos a cantar. Eso atrajo a muchos deportistas de varios países: de China, de Italia, Francia, Japón, Estados Unidos; en fin, de un chorro de delegaciones. Todos se acercaban a nosotros. Un día, a Silvio Hernández se le ocurrió ofrecerle un taco con un chilito a un japonesito. El japonesito mordió la tortilla y después el chile verde. ¡Y se estaba quemando!… ¡Agua, agua para el japonesito!

Pobrecito… Nomás abría chicos ojotes. Al día siguiente, éste regresó con un chile japonés. Y se quedó asombrado al ver que Silvio se lo comía tranquilamente… Otro visitante distinguido era Jesse Owens, a quien le gustaba mucho la música mexicana. Sus canciones predilectas eran Cielito Lindo y La borrachita. Se hizo muy amigo de Pascual Gutiérrez -saltador de longitud-, quien vivía en Tamaulipas y hablaba muy bien el inglés. Él era nuestro traductor. Owens era un negro muy alto y muy amable, sencillo en todo momento. Nosotros festejamos sus medallas como si hubiesen sido nuestras.

7 de agosto. A la cancha.

La sede del torneo olímpico era un viejo club de tenis, cuyas dos mesas, de fina arcilla, fueron improvisadas como rectángulos basquetboleros. Las tribunas eran de madera y tenían capacidad para dos mil espectadores. Nunca se llenaron. Acaso porque la escuadra local perdió todos sus partidos.

Se presenta El equipo del Rojo y el Colorado. Viste, ¿cómo, si no?, de rojo. Vivos blancos. Y arrasa con el rival. Bélgica pierde 32-8. Andrés Gómez hace su debut olímpico. Juega como delantero…

EL DIA QUE AFLORO AQUELLA AÑEJA RIVALIDAD…

9 de agosto. ¿Cómo olvidarlo?

Fue el día en que sobre la cancha, afloró aquella vieja rivalidad entre capitalinos y chihuahuenses. Y Filipinas se impuso por 32-30.

Don Andrés:

-Nunca supimos explicarlo. No podríamos porque jamás lo entendimos. Pero esa mañana se rompió nuestra armonía de siempre. Quizás todo comenzó desde la noche anterior, cuando el maestro Rojo de la Vega inscribió a sus seis jugadores: Rodolfo Choperena y Tuto Olmos, defensas; Carlos Borja, centro; Quico Martínez y Greer Skaussen, delanteros. Reservas: Hugo Borja. Tres de Chihuahua y tres del Distrito Federal.

Cada quien se fue por su lado. Y jamás hubo un equipo mexicano sobre la cancha. Las diferencias comenzaron entre Carlos Borja y Quico Martínez y después se extendieron. Los del Distrito no les pasaban el balón a los de Chihuahua y viceversa. Todos querían anotar, nadie defendía; nada más escuchaban las groserías de uno y otro bando. Y los filipinos se nos fueron arriba por seis puntos.

El maestro Rojo de la Vega enfureció. Les gritaba, les insultaba… ¡Echaba lumbre! Lo peor fue que el general Tirso Hernández acudió a ese partido y al terminar el primer medio nos puso una regañiza fenomenal. Nos gritaba: “¿Cómo es posible que hagan eso…? ¡Aquí está jugando México, no Chihuahua o el Distrito Federal, así que cuando acabe el partido, ganen o pierdan, agarran sus cosas y se me regresan a México!”.

En el tercer período el equipo reaccionó y borró una desventaja de 8 puntos e, inclusive, se fue arriba en el marcador. Pero de repente volvieron los problemas. Carlos Borja le dijo a Quico: “¿Ya lo ves, hijo de tal por cual…? Eso es gracias al Distrito”. Y el equipo se cayó otra vez. La reacción final sólo nos acercó en el marcador, pero no pudo evitar la derrota. Todos estábamos furiosos. Silvio, el Foch y yo queríamos golpearnos con quienes habían jugado. Rojo de la Vega tuvo que olvidarse de su propia rabia para separarnos.

El general Tirso Hernández también intervino. Finalmente nos calmaron y fuimos perdonados. La calma y la armonía volvieron con el paso de los días, pero en realidad nunca olvidamos que Filipinas no había ganado ese encuentro, sino que nosotros mismos lo habíamos perdido.

Después vendría la derrota ante Estados Unidos. Y el triunfo sobre Polonia. La medalla de bronce.

La premiación.

Y la medalla de México a Naismith…

Don Andrés:

-Ese día se mezclaron nuestros sentimientos. Por un lado estábamos felices, orgullosos de lo que habíamos logrado; la emoción fue inmensa cuando nuestra bandera fue izada en tierras alemanas… Pero, por el otro, nos sentíamos frustrados, molestos con nosotros mismos, porque sabíamos que bien pudimos haber ocupado el lugar de Canadá al que vencimos en los juegos de práctica en aquella final contra los Estados Unidos. Nos lo había impedido aquella torpe derrota ante Filipinas.

En la ceremonia de premiación, Hitler entregó las medallas al capitán de cada equipo. Por México la recibió el Tuto Olmos; posteriormente nos entregó a cada uno la nuestra. Hubiera sido muycurioso que en vez del Tuto, nuestro capitán hubiese sido el Quico Martínez, quien era ingeniero químico y después de los Juegos Olímpicos se fue a vivir a Estados Unidos y formó parte del grupo de científicos que creó la bomba atómica…

El doctor Naismith, no podía ser de otra manera, estuvo presente en la ceremonia. Y como en ella se ofrendaba una corona de laureles a cada uno de los integrantes de los equipos premiados, se encontró de repente con que le sobraba una: la escuadra mexicana había competido con sólo 11 jugadores. Dicen que Hitler quitó el sombrero al clérigo canadiense y colocó sobre su frente aquella corona de laureles.

Naismith se conmovió hasta las lágrimas y durante tres días paseó por todo Berlín con su corona en la frente y con su medalla en la bolsa. Decía:

-¡Esto es lo máximo que me ha sucedido en la vida!

El equipo del Rojo y el Colorado no tendría revancha.

No volvería a una Olimpiada.

Porque durante nueve años -que comprendieron dos ciclos olímpicos- el mundo entero volvió a vivir los horrores de la guerra: aquel anfitrión de los Juegos de 1936, el hombrecillo del palco de honor y de la ceremonia de premiación, el del gris uniforme de gala y los ojos azules, de fría mirada, sacó tanques y aviones de sus escondites como chozas con cubiertas de paja, cambió las ropas de su pueblo por el traje militar y lo lanzó a combate en un vano intento por cobrar venganza de aquella I Guerra Mundial.

36 millones de personas murieron mientras se desvanecían los sueños de conquista de Adolfo Hitler. Cuando todo terminó, Alemania sangraba nuevamente de heridas que cicatrizaban apenas…

Al finalizar su carrera como coach, el maestro Rojo de la Vega fue nombrado director de la Escuela Nacional de Educación Física. Posteriormente -1952- se convirtió en el primer director del Centro Deportivo Olímpico Mexicano y recibió el nombramiento de Miembro Permanente del Comité Olímpico Mexicano.

En 1955, el Calavera Gómez fue miembro fundador de la Asociación Mexicana de Arbitros de Básquetbol, cuyo trabajo inicial fue sancionar los II Juegos Panamericanos, disputados en la ciudad de México.

En 1959, el Equipo del Rojo y el Colorado fue reunido nuevamente. El gobierno de Chihuahua quiso rendirle un homenaje -uno de los contados que le fueron ofrecidos a aquella escuadraprevio a la celebración, en la capital del estado, del campeonato nacional. Moría la tarde cuando al grupo se acercó un reportero radiofónico y comenzó a entrevistar a los ex jugadores. Todo iba bien hasta que el periodista hizo preguntas poco usuales:

-¿De quién eran aquellas bellas piernas reales que adornaron el juego contra Italia…?

-¿Cuáles eran las diferencias entre aquellos dos parquecitos en Berlín donde se hacían arrumacos las parejitas?

-¿Cómo se llamaba aquella hermosa jovencita que en el Orinoco arrancaba los suspiros a todos

ustedes…?

Don Andrés:

-Y comenzamos a mirarnos unos a otros y a preguntarnos: “¿Pues qué se trae este cuate? ¿Cómo se enteró de esas cosas que nomás nosotros sabemos…?” Que nos vamos sobre él y le quitamos los lentes y la peluca. ¡Era Nacho de la Vega! Teníamos más de 20 años de no verlo…

El jueves 11 de mayo de 1967, falleció el maestro Rojo de la Vega.

Don Andrés:

-Nunca podremos olvidarlo. Fue un auténtico pionero de nuestro deporte. Un gran maestro. Un hombre muy elegante, siempre pulcro, con trajes a la moda, peinado hacia atrás y fino el bigotillo; un hombre culto, filósofo y muy adelantado a su época. Cuando en broma le reclamábamos que presumía mucho de que el coach Nedlees le había felicitado por aquella defensiva contra Estados Unidos, él nos preguntaba: “¿Ustedes saben por qué, si muchos animales ponen huevos, nada más se venden los de gallina?”.

Nosotros nos quedábamos mudos. No sabíamos responder. Entonces él decía: “Porque es la única que los cacarea, señores… Y así hay que hacer. Hay que cacarear lo que uno hace bien, para que la gente se entere”.

Y va, el Calavera, recordando uno a uno a aquellos sus diez compañeros en la epopeya olímpica:

Rodolfo Choperena

Nació el 11 de febrero de 1905, en el D.F. Era el pie veterano del equipo. Tranquilo, generoso. Cuando se retiró, se dedicó a su negocio: una casa de artículos deportivos. Finado.

Raúl Fernández, “El Foch”

Nació el 17 de septiembre de 1905, en el D.F. Muy buen jugador debajo de los tableros. Gran animador del equipo; gritaba todo tipo de maldiciones. Tenía un genio terrible. Antes de cada juego se encerraba en un cuarto y se ponía a gritar y a golpear la pared. Se enfurecía. Y así salía a disputar el encuentro. Fue general del Ejército, administrador de la aduana de Ciudad Juárez y posteriormente director de Narcóticos de la Secretaría de Salubridad y Asistencia. Finado.

Silvio Hernández

Nació el 31 de diciembre de 1908, en el puerto de Veracruz. Jarocho alegre y muy extraño: a pesar de que le gustaban las buenas bromas, cantaba y tocaba el piano de manera espléndida, prefería la soledad. Era una especie de ermitaño. Muy bravo bajo el tablero; un gran artista que dominaba el boxeo y la lucha libre. Vestía en forma muy elegante. Le decían “El Marqués”. Finado.

Francisco Martínez, “El Quico”

Nació el 20 de junio de 1910, en Ciudad Juárez, Chihuahua. Un delantero que ganaba muchas pelotas en el rebote. Ingeniero químico que trabajó en la elaboración de la bomba atómica. Radicó en California.

Jesús Olmos, “El Tuto”

Nació el 20 de julio de 1910, en Chihuahua, Chihuahua. Era un extraordinario defensa, impasable en los tableros. Estudió medicina en la UNAM, fue director del IMSS en Chihuahua. Posteriormente, presidente municipal de esa ciudad. Finado.

José Pamplona

Nació el 6 de febrero de 1911, en San Luís Potosí. Hombre sencillo, gran compañero. Jamás tuvo dificultades con nadie. Era de los mejores canasteros del país. Residió en Guadalajara.

Hugo Borja

Nació el 18 de julio de 1912, en Guadalajara. Jugador callado y muy disciplinado. Sin lugar a dudas, el mejor delantero del equipo. Al retirarse del deporte se dedicó a su negocio farmacéutico. Tuvo un trágico fin: tenía una hija que era clavadista y que murió a consecuencia de una herida causada por un clavo infectado. Hugo Borja no resistió el golpe moral y se suicidó.

Carlos Borja: Nació el 23 de mayo de 1913, en Guadalajara. Acaso el mejor conductor que ha tenido el básquetbol mexicano. Fue fundador del equipo Mascarones, campeón estudiantil.

Después fue entrenador del Jalisco en los campeonatos nacionales y de la Selección Mexicana que compitió en los Juegos Centroamericanos de 1938, en Panamá. Posteriormente se dedicó a atender sus farmacias en el Distrito Federal y en Guadalajara. Finado

Ignacio de la Vega, “El Tallarín”

Nació el 23 de junio de 1914, en San Luís Potosí. Jugador de gran elasticidad, de resorte insuperable. Bromista incorregible y también muy bravo en la cancha: en una ocasión lo castigaron severamente por golpear a un árbitro. Trabajó en Guanos y Fertilizantes y comandaba un grupo de buzos que, en nuestras islas, recogía las deyecciones de las aves para convertirlas en fertilizantes.

Trabajó en la fábrica de cemento del general José de Jesús Clark Flores y después fue administrador del fraccionamiento Chapultepec -también del ex presidente del COM- uno de los más exclusivos de Tijuana. Finado.

Greer Skaussen

Nació el 24 de septiembre de 1916, en Casas Grandes, Chihuahua. Se destacaba como pasador y buen canastero. Era el más joven del equipo. Hombre muy callado. Mormón. Al finalizar su carrera como deportista, ocupó la dirección de una secundaria en El Paso, Texas, donde vivió.

Don Andrés:

-Los más altos eran Carlos, Silvio y el Foch, quienes medían como 1.98 metros. Los demás apenas sobrepasamos el 1.80. Nuestro promedio era de 1.83 metros. Más de medio siglo después de Berlín 1936. Reposa, sobre la superficie de la mesa del centro, de madera, la medalla de bronce. Está guardada en su estuche original, de terciopelo azul que ha maltratado el correr del tiempo. Hojea el Calavera Gómez aquel viejo álbum de fotografías que el Comité Organizador de aquellos XI Juegos Olímpicos obsequió a cada competidor… Irradia esplendidez la vieja capital del imperio. Miran hacia el infinito los azules ojos del Führer, ataviado con el uniforme militar, en la primera plana. Debajo de la gráfica, la rúbrica del dictador.

Don Andrés:

-¡Ah, qué tiempos aquellos…! Tiempos en los que siempre se le ganaba a Cuba, a Panamá, a Puerto Rico y se podía competir dignamente en una Olimpiada. Habla, este hombre de piel morena y ya escaso cabello, canoso, de tiempos… De aquellos tiempos…

-Nosotros jugábamos por amor al arte. Era difícil hacer deporte ya que no se contaba con todos los medios, pero cada quien ponía algo de su parte: los organismos coordinaban esfuerzos, las instituciones ofrecían un trabajo y el jugador iba a la cancha a partirse el alma en la defensa de sus colores, de su camiseta… Y cuando era por México, ¡qué bárbaro…! Entonces no dolían ni golpes ni sacrificios y todo era fervor…

De aquellos tiempos…

-Estábamos en pañales respecto a la organización deportiva y muchas veces fallaba el aspecto económico, pero había auténticos mecenas y siempre surgía alguien que ayudaba al Departamento Central, la Confederación Deportiva o al Comité Olímpico y se rescataba un trofeo para el equipo campeón. Y ese trofeo era motivo de máximo orgullo. Mecenas había, también, entre los propios jugadores: Rodolfo Choperena, cuya familia era de centavos; Guillermo Memo Montoya, secretario general del Comité Olímpico Mexicano -ya fallecido-, quien tenía una botica y no sólo patrocinaba el equipo Garibaldi, sino que ayudaba económicamente a jugadores de otros cuadros; Raúl Foch Fernández y Francisco Quico Martínez, que también se desprendían de su dinero y además eran entusiastas y motivadores sin par… “¡No le hace que te den, ándale, que es por México!”, nos gritaban y nosotros le echábamos más ganas.

De aquellos tiempos…

-Había llenos donde se jugara. Lo mismo donde no se cobrara, que donde se pagaba un peso por entrar. ¡Un peso! la gente vivía el básquetbol. Iba a los entrenamientos, leía los periódicos. Y escribía a los diarios para protestar cuando su jugador predilecto no era seleccionado.

De aquellos tiempos…

-Y cuando se trataba de delegaciones deportivas a otros países, aquello era a todo meter. No había pobres ni ricos; había mexicanos. A un “hola” se respondía con otro “hola” y con una sonrisa. Nos disputábamos las cuentas de los refrescos o de los almuerzos a pesar de que no nos sobraban los centavos.

Suspira profundo el Calavera.

-¿Tiempos que no volverán, don Andrés?

Sujetan un balón sus manazas de dedos chuecos.

Trota el Calavera hacia el tablero, y apunta.

-¡Que tienen que volver!… Está en nuestras manos; depende de la educación deportiva que demos a nuestros niños, a nuestros jóvenes… Esos tiempos volverán cuando aquí se devuelva la esencia del deporte y los futuros jugadores sientan que compiten por amor y por diversión y no por unos centavos. Con orden y con entrega llegarán a la selección y competirán en el extranjero.

Sentirán el orgullo de portar la camiseta nacional y un día verán que su bandera es izada en tierra extraña y dirán que valió la pena haber vivido.

¡Como él!

El último tiro del Calavera Domínguez lo dio hace tres años…

Y fue, como siempre, ¡canasta!

Fuentes: CONADE y COM

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